11/10/14

EL RETRATO

 

La metáfora es tan perfecta que hasta da grima utilizarla, igual que esos chistes viejos que te colocan a huevo. En los sótanos de la antigua sede de Caja Madrid, en la plaza Celenque, lleva cuatro años aguardando el retrato de Miguel Blesa, un lienzo que costó 159.000 euros y que nunca llegó a exponerse, no sabemos si porque no se le parecía o porque se le parecía demasiado.


Como en tantas otras cosas (las urnas, el mitin, el debate parlamentario, el cartel electoral), la democracia sigue anclada en fórmulas obsoletas del siglo XIX. Incluyendo la pintura al óleo: con lo fácil que es hoy día sacarse una foto. Por ejemplo, en una de sus sanguinarias cacerías, Blesa podría haberse hecho un selfie sonriente junto a un oso o un león previamente despanzurrado a tiros y haberle ahorrado 159.000 euros al contribuyente. Sin embargo, a pesar del subtítulo de la Caja que presidía, el ahorro no era su fuerte; del Monte de Piedad mejor pasar página.


En la ya larga y curtida historia de la pintura al óleo, Oscar Wilde inventó la técnica del retrato interpuesto. Mediante el cual Dorian Gray podía dedicarse al vicio y la depravación sin que su carne sufriera las consecuencias. El lienzo funcionaba como un escudo biológico, envejeciendo y enfermando en diferido, recibiendo las llagas, fracturas y cicatrices que su propietario iba adquiriendo por ahí, en su vida desenfrenada. Para pasarse un poco más, entre comilonas, hoteles de lujo, viajes y burdeles, Dorian Gray hubiese necesitado una tarjeta opaca, pero ese recurso escapa de la literatura fantástica y entra de lleno en el de la ciencia-ficción, que es donde habita la política madrileña desde hace más de dos décadas.
 

No menos democrática ha sido la justificación de algunos de los implicados: “Es que lo hacía todo el mundo”. Hombre, todo el mundo, lo que se dice todo el mundo, no. Para empezar había que tener una tarjeta negra u opaca, y una licencia doble cero para gastar indiscriminadamente (los ceros a la derecha, por favor, aunque los implicados sean de izquierda). Incluso algunos de los propietarios de una tarjeta opaca y una licencia doble cero, las guardaron en un cajón porque también poseían algo mucho más raro y valioso: conciencia. De inmediato, cuando estalló el escándalo, Ignacio González y Pedro Sánchez se dispusieron a ordenar una limpieza de sangre, una competición de cojitrancos para ver cuál de los dos cojeaba menos.


Todo el mundo sabía que se estaban puliendo fondos de dinero público a la velocidad de la avaricia, pero resulta cuando menos curioso que esta tibia e hipócrita operación de higiene no comenzara hasta el día en que los periódicos amanecieron empapados de mierda.


El sótano donde languidece el retrato de Blesa simboliza la distancia que va de la vida privada a la pública, ese secreto compartido a voces que era la comidilla de los pasillos, los murmullos en los ascensores de Génova, de Ferraz y de las sedes sindicales, el codazo en los baños de los restaurantes de tres tenedores: “Anda, paga tú hoy, que a mí me da la risa”. El país entero yéndose por el retrete y no sé cuántos consejeros tirando de tarjeta como si fuesen guerreros ninja enloquecidos. A Blesa, el banquero intocable, tres millones de euros anuales no le daban ni para gomina y los últimos días de su reinado usaba la tarjeta al estilo machete, partiendo datáfonos y fundiendo cajeros. Me da que cuando descubran su retrato en el sótano se lo van a encontrar descojonándose de la risa.

FUENTE:publico.es
Punto de fisión
David Torres
06 oct 2014





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