17/7/12

IMPROPERIOS

Una señora bastante mayor, bajita, de pelo corto, bien arreglada, con una bolsa de compra en cada mano, se hallaba a mi lado, presta, como yo, a cruzar el paso de peatones en cuanto la señal luminosa cambiara de color. Pero en el momento justo en que esto ocurrió, un coche, conducido por una joven, saltándose claramente el ámbar, pasó a toda pastilla.


Entonces la señora, a pleno pulmón, gritó una serie de improperios que me descolocaron:

- ¡Cabrona, “jedionda”, muerta de hambre!… ¡¿Te crees que porque tienes un coche te vas a comer el mundo?!

Cuando ya cruzábamos la calle, se gira hacia mí para apostillar:

- Esa guarra de mierda, seguro que no tiene dinero ni para pagar las letras.

Yo opté por agachar la cabeza y seguir caminando. No podía entender de dónde salía, de repente, tanta rabia, tanto odio; a no ser, pensé, que la conociera personalmente, cosa poco probable dado lo fugaz e imprevisto de la situación.

Al final, yo también terminé soltando un taco para mis adentros:

“¡Joder¡… vaya mala leche que se gasta la abuela. ¿Quién la vería en pleno apogeo de su juventud?"

Claro (recapacité) Aunque tendamos a encasillar a los ancianos como si todos fueran buena gente, el hecho de que una persona irrespetuosa, agresiva, soez… se haga mayor, no significa que sus demonios huyan; aunque vayan perdiendo comba, siguen estando allí, y a la primera de cambio se manifiestan.

Fue entonces cuando agitó mi memoria la voz de mi abuelo paterno, diciendo desde el más allá:


- ¡El que nace lechón, muere cochino!

Miguel Ángel G. Yanes

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