5/6/12

EL ENJAMBRE

Esta mañana, los vecinos andaban medio revolucionados ante la existencia de un pequeño enjambre de abejas en uno de lo árboles de la calle.

Intentaban alejarlas de allí por el peligroso medio de espantarlas, echándoles agua a presión con una manguera. Afortunadamente alguien los detuvo a tiempo, y la más que posible rebelión de las abejas, "aguijones en ristre", no llegó a producirse.


A mí me alegró verlas, habida cuenta de su paulatina desaparición en todas las latitudes del planeta, y aconsejé llamar a los bomberos, que son quiénes, generalmente, se encargan de retirar los enjambres para depositarlos, con posterioridad, en alguna colmena vacía, previa supervisión de algún apicultor.

Yo había tenido oportunidad, hace unos años, de observar una situación similar en el Puerto de la Cruz, aunque en aquella ocasión, el enjambre era gigantesco, hasta el punto de que, antes incluso de aparecer sobre nosotros la espesa nube, el profundo zumbido nos hizo creer que se trataba de algún artilugio mecánico.


Terminaron posándose en un arbusto cercano a la piscina, ante el pánico de los bañistas que, envueltos en sus respectivas toallas, huyeron en franca desbandada. Yo, como espíritu de la contradición que soy (según decía mi abuelo) seguí tumbado al sol a escasos metros de ellas, con el riesgo que conlleva, pero consciente de que si no las molestaba, no irían a por mí, como así fue; hasta que, a uno de los jardineros, se le ocurrió la peregrina idea de la manguera. Y entonces no tuvimos más remedio, el jardinero y yo, que salir a escape.

Las abejas efectuaron un contrataque aéreo en toda regla como respuesta a la agresión. Y es que, lo peor que se puede hacer es enfadarlas.

Miguel Ángel G. Yanes

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