1/8/11

EL CUATRIMOTOR


En aquella época de posguerra, era costumbre de los niños (me refiero a los pequeños que ya empezaban a dominar el lenguaje) saludar el paso de los aviones, abanando enérgicamente con las manos y gritando: "adiós papá, adiós mamá", sin caer en la cuenta de que ambos estaban en tierra: el papá en el tajo y la mamá lidiando con la casa. Nunca supe a que obedecía aquel diario saludo a los escasos bimotores que surcaban los cielos de la isla. Una moda infantil un tanto extraña. Cosas de adultos, imagino. ¿Sería la reminiscencia de alguna despedida, que alguien repitió y los demás copiaron? Porque implantar una moda es algo fácil. Ya decía el amigo Reyes (q.e.p.d.):

"Sólo hay que tener iniciativa y poco sentido del ridículo. Si salgo mañana con una berenjena amarrada a la cabeza; ten por seguro que, al día siguiente, al menos uno ya me habrá imitado".


El ronroneo de las vetustas aeronaves detenía el juego de los niños que, absortos en su vuelo, agitaban las manos con frenesí repitiendo la frase de marras; días tras día así, hasta que, una tarde, un estruendo atronador sobrecogió el ánimo de la chiquillería. Allí estaba, surgiendo de entre las nubes como un ser mitológico, el gran monstruo volador de nuestra infancia. Era el cuatrimotor: un dragón metálico que atravesaba los cielos rugiendo y exhalando grandes chorros de humo; saludado con gran júbilo por unos y con cierto temor reverencial por otros.



No cabe duda de que resultaba mágico, pues pura magia era que aquel pesado artefacto, merced a la aeronáutica, lograra elevarse y volar, impulsado por cuatro motores a hélice, y las entrañas llenas a saber de qué cosas, que traía desde el lejano continente. Hoy que vemos tantos monstruos aéreos de todo tipo y colorido: de pasaje, de carga, de combate... surcando el cielo sin cesar sobre nuestras cabezas, apenas elevamos los ojos para mirarlos. Y es que nos hemos acostumbrado tanto a su ingente trasiego, que apenas les prestamos atención. No obstante, estoy convencido de que si, de pronto, desde las profundidades de la memoria, pudiéramos materializar, en el aire, uno de aquellos ruidosos cuatrimotores de antaño; con la boca abierta, todos se detendrían a mirarlo.

Miguel Ángel G. Yanes

No hay comentarios:

Publicar un comentario