17/6/11

LAS BRUJAS DE ANAGA

Para los que no sean de aquí (me refiero a la isla de Tenerife) he de aclarar que el Macizo de Anaga es una cadena montañosa del Periodo Terciario que conforma una de las tres puntas de la isla; exactamente la más oriental. Correspondiente al término municipal de Santa Cruz de Tenerife, está compuesto por una serie de pequeños barrios y caseríos que, dada su accidentada orografía, alcanzan apenas los 14.000 habitantes sobre una superficie aproximada de 120 km².


Soy de los que opinan que Anaga es la zona más hermosa de la isla: su bosque de laurisilva, sus múltiples barrancos, sus miradores naturales, sus senderos e incluso muchos de los nombres de sus núcleos poblacionales, de claro origen guanche, tienen un encanto especial; baste detallar algunos de ellos como Taganana, Taborno, Chamorga, Afur...

Existe, en este accidentado territorio de Anaga, una zona conocida por El Bailadero donde, según la tradición popular, determinadas noches del año, se reunían las brujas para danzar alrededor de una hoguera y celebrar sus aquelarres, descendiendo luego a la costa para bañarse desnudas.


Habida cuenta de la dispersión poblacional en aquel entorno natural y mágico, y la escasa implantación de los medios de comunicación hasta hace bien poco, las leyendas y tradiciones pervivieron en toda su pureza.   Cuentan que, hasta hace algunas décadas, en las noches de aquelarre, extrañas luces se movían por la cumbre, lo que amedrentaba tanto a los lugareños que se apresuraban a encerrarse en sus casas, no saliendo de ellas, bajo ningún motivo, hasta que rayaba el alba.


Este temor estaba justificado porque, en efecto, en la soledad de aquellos agrestes parajes, había luces deambulando de un lado para otro en mitad de la noche, pero no eran brujas; eran la artimaña ideada por los contrabandistas para que nadie interfiriera en sus trasiegos. Para descargar el contrabando en las playas de Anaga, y mantener alejados a testigos indiscretos, habían ideado, aprovechando el temor popular, un ingenioso ardid: atar faroles a los cuernos de unas cuantas cabras y soltarlas por aquellos lares. La fantasía popular se encargaba del resto.

Miguel Ángel G. Yanes

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