13/3/11

MELANIA


Allá por los años 50 del pasado siglo XX, aquel era un nombre extraño. Hoy, por mor de la invasión lingüística, se escucha bastante su versión anglosajona, pero en aquella época no conocí a nadie más que se llamara igual.

Melania era mi abuelastra; fea palabra ésta, pero siendo la madrastra de mi padre, no hay otra más exacta, aunque para mí siempre fue Maíta: una mujer rompedora de todos los moldes y estereotipos relativos al madrastrazgo y al abuelastrazgo. Quiso tanto a aquel hijo postizo como si hubiera nacido de sus propias entrañas. Apenas con un año de edad, se lo puso en las manos su antiguo novio:  Juan, a quien había rechazado petición de matrimonio diez años atrás, alegando, asustada, que ella era apenas una niña y que su familia no iba a permitirlo (tenía 14 años y él 16) Aquella relación juvenil terminó haciendo aguas y se dejaron. La vida los distanció y el tiempo continuó avanzado con su ritmo de implacable metrónomo. Juan encontró a otra mujer: María Luisa.


Se volvió a enamorar y acabaron casándose y teniendo un hijo: Juan José, que quedaría huérfano poco tiempo después.

Melania, que continuaba soltera, al enterarse del desgraciado infortunio, acudió rápidamente a su lado para prestarle todo su apoyo y comprensión, enfrentándose a su propia familia y a los dimes y diretes de la sociedad: ¡una mujer soltera en la casa de un viudo! Pero ella siguió en sus trece, importándole un bledo la opinión general. El amor volvió (quizá nunca se había ido) y terminaron casándose en la parroquia matriz de la Concepción. Ofició la ceremonia Don Domingo Pérez Cáceres, párroco que, años más tarde, llegaría a ser obispo de la diócesis nivariense y con quien mantenían una cierta amistad, pese a las tendencias anarquistas de mi abuelo. Corría el año de 1927.


Así fue como mi padre llegó a los amorosos brazos de Melania, que volcaría en él todo el afecto del mundo, el que no pudo entregar jamás a aquellos hijos propios que nunca le llegaron. Fue la única madre que conoció, y entre ellos había un invisible lazo, más poderoso aún que el de la sangre: el del amor. Ella lo acunó, lo mimó, y aunque no pudo amamantarlo, lo crió con toda la dulzura de su corazón. Y por si fuera poco, volvió a repetir ese hermoso magisterio conmigo.

 

Cuando nació el segundo de mis hermanos (la posguerra daba sus últimos coletazos) mis padres no tenían recursos suficientes para sacar adelante a sus tres hijos, y entonces... ¿quién sino Melania? se ofreció a criarles al mayor (éste que suscribe) hasta que la situación económica mejorara; cosa que tardó tantos años en ocurrir que, a la postre, me quedé a vivir con los abuelos para siempre. Ellos: Paíto y Maíta, cariñosos siempre, fueron los que lograron sacarme adelante, sacrificando su tiempo y su dinero, haciéndome superar una larguísima enfermedad que me mantuvo en cama desde los cinco hasta los nueve años, devorando mi infancia sin remedio. Estoy convencido de que, si no hubiera sido por su entrega y tesón, no habría vuelto a caminar.



Yo sí conocí a mi madre, y la quise con verdadero fervor. Aunque no nos viéramos a diario, siempre estuvo pendiente de mí y acudía a visitarme cada vez que podía, pero quien estaba a mi lado permanentemente cuando tenía tos, fiebre, pesadillas... era siempre Melania. Por eso ocupa un lugar preponderante en mi corazón.

Miguel Ángel G. Yanes

7/3/11

MADRE (POEMA)

 
  
 (A ella)

Madre terrena que diste al ser,
plena de amor, la propia vida
-mujer mortal, diosa caída-
pero era de temer que como tal
tarde o temprano serías ida.

Miguel Ángel G. Yanes
07/03/69