Vivir en comunidad exige pequeños sacrificios en aras de la buena convivencia, pero no todos están dispuestos a cumplir las normas más elementales. Sirvan de ejemplo las manías que tienen algunos ciudadanos a la hora de depositar las bolsas de basura con los residuos diarios del hogar. Los hay de lo más variopinto:
* El descuidado, que levanta la tapa del contenedor, tira dentro su bolsa, pero luego no se molesta en cerrarlo, con lo cual el mal olor y las moscas se enseñorean del lugar.
* El vago, que por no esforzarse en elevar la tapa, deposita la bolsa junto al contenedor. Roedores, felinos o cánidos la romperán y esparcirán su contenido, buscando algún que otro manjar en su interior.
* El caradura, que deja la bolsa sobre la tapa, obligando al que venga detrás, a retirarla, por no hacerla caer fuera en el momento de levantarla para depositar la suya.
* El comodón, que ni siquiera se molesta en acercarse al punto de recogida y, si cabe, introduce la bolsa de basura en la primera papelera que encuentra.
* El violento, que (lo acabo de presenciar esta mañana) abre el contenedor, echa su basura, lo vuelve a cerrar y... de propina, percatándose de que es de plástico, le da una tremenda patada.
* El pirómano, que aprovecha para tirar la basura cuando todos duermen, y de paso, pegarle fuego a los contenedores, con el riesgo más que evidente, de que las llamas afecten a los vehículos cercanos e incluso a las viviendas.
Si pasamos de cuidar los pequeños detalles, el mal ejemplo cunde y los problemas crecen. Ocurre así en todos los aspectos de la vida.
Miguel Ángel G. Yanes
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