Los años y la distancia nos había separado más de lo previsible, pero merced a la labor y al empeño de Joan, pudimos darnos ese abrazo tanto tiempo postergado. Fue a orillas del Ebro, en plena plaza del Pilar de Zaragoza, al peso de un mediodía de plomo derretido. “Lorenzo” no quería perderse tampoco aquel encuentro y nos iluminó con toda la fuerza de su agosto.
Me ha faltado apuntar que del grupo de amigos, siete en total que, además de la mili, compartíamos piso en Cartagena, hubo dos a los que nos fue imposible localizar:Guillermo Contreras González (chicharrero como yo) y Tomás Velasco Alonso (vasco de pro) y un tercero: Jesús Mir Mur (catalán, está claro) quién, a pesar de que Joan logró contactar con él, no pareció muy interesado en el proyecto. Así que nos reunimos:Joan Puig Bolta (artífice del encuentro), Pere Casajuana Soler, Jesús Mutuberría Ibarra y el que suscribe, amén de las esposas de todos, y de mi hija y su novio, que no quisieron perderse el acontecimiento.
He de decir que, físicamente, los reconocí sin problema, estamos más o menos conservados para nuestra edad: menos pelo, más barriga, algunas arrugas; lo normal después de los 32 años transcurridos.
Compartimos una comida fraternal en la mismísima plaza del Pilar, charlamos sobre los viejos tiempos, recordamos anécdotas, personajes, sitios, vimos fotos de la época… en fin, lo que suelen hacer unos amigos, en su intento de recuperar lo que han sido la vida de los demás durante todos estos años.
Tras el café, levantamos el campamento y, para cumplir con la tradición, nos decidimos a visitar la basílica. La verdad es que se agradecía huir del calor al amparo de bóvedas y cúpulas, a la vez que disfrutar de la magnificencia de su obra y de su arte. Lo primero que captó mi atención fueron los huecos abiertos en el techo, fruto de dos bombas (que aún se encuentran en el templo) al parecer, tiradas por la aviación republicana durante la Guerra Civil, y que no llegaron a explotar. Yo no tengo claro si fue un milagro o si carecían de espoleta… tampoco tengo muy claro quién las tiró. Otra cosa que me impresionó por lo inusual, fue el gran despliegue de banderas hispanoamericanas que adornan las columnas. No en vano, la Virgen del Pilar es la Patrona de la Hispanidad. Lo majestuoso de la basílica y la gran cantidad de obras de arte de su interior, sobrecogen el ánimo de cualquiera: pinturas, templetes, esculturas… pero sobre todo me sentí impresionado por el coro y el retablo mayor.
Tras un fuerte y emotivo abrazo nos despedimos en el mismo lugar en el que nos habíamos encontrado unas horas antes. ¡Ah! Y nos prometimos no volver a dejar pasar tantos años hasta la próxima reunión, ¡je, je! que posiblemente se haga en Tenerife.
Miguel Ángel G. Yanes
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