12/12/09

EL TRANVÍA Y LA JOVEN CRI

Me llamaba la atención, desde un principio, el silencio casi religioso en que se sumía, prácticamente, la totalidad de los viajeros del tranvía, en contraposición a la distendida algarabía que se suele escuchar en las guaguas.


Tal vez íbamos demasiados tensos por lo novedoso del medio de transporte y, a no ser que sonara algún teléfono móvil, obligando a responder a la llamada, no se oía ni una mosca. De haber sido así, parece que lo vamos superando, porque ya se escuchan las conversaciones de rigor, algún chiste, algunas risas y como no… los que pueden romperte el tímpano con un chorro de decibelios disparado a toda presión contra tu oído.

La joven que hoy iba sentada frente a mí, era una de estas personas.

El tono de su voz era demasiado agudo y su intensidad altísima (supongo que se le oiría perfectamente en todos los vagones) pero, además, “rajaba” que daba gusto. Hablaba a grito pelado con un amigo que iba a su lado y no se hartaba de decir lindezas de una conocida común:

“Que basta es. ¿Tú te has fijado como viste? No sé para que se pone esos tacones, si no sabe caminar con ellos. A todos lados va con el novio; tendrá miedo de que se lo quiten. Y pretendía presentarse a Miss…”

Yo la observaba con detenimiento y no conseguía entender cómo una chica joven y guapa como aquélla, sólo echaba sapos y culebras por la boca.

Hay que ver. Con la edad que tengo y a veces no consigo reprimirme. Nunca terminaré de aprender.

Así que cuando ya me encontraba de pie, a punto de abandonar el tranvía, viendo que ella continuaba con su larga letanía, me giré y le dije:

“Señorita, le recomiendo que cambie de canal”.

Reconozco que soy un entrometido.

Miguel Ángel G. Yanes

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